La Gata hizo un doblete y se desahogó con el triunfo de su partido personal, tras haber sido relegado en Núñez: "Ramón fue muy importante".
Pau y Lauti, esposa e hijo, esperaban estampados debajo de la azulgrana, pacientes, a la expectativa de la explosión, cuando chocaron contra el pecho de Ramón Díaz en el momento en que se produjo el reconocimiento. Un abrazo sostenido, sentido, buscado, premeditado, previo trote de 50 metros que emuló al preludio de la escena final de cualquier película romántica, con tiempo para avispar hasta al fotógrafo menos despierto. Un abrazo postergado, que quiso ser contra River, onda señal explícita, el agradecimiento a "mi técnico", como lo llamó entonces, pero que el travesaño y un par de definiciones fallidas suspendieron, al menos, con ese significado. Un abrazo que se repitió, más extenso, cuando Gastón Fernández fue reemplazado. Porque el Pelado lo rescató del ostracismo; tras un paso por México, la Gata no tenía lugar en River. Y el riojano, pícaro, lo terminó pidiendo a promesa de contratar un valor diez veces superior a un ídolo como Leandro Romagnoli. Le tiró la 9, tal vez, como presagio de los goles que iba a convertir en el Clausura (¡sí, nueve!). Y le dio la posibilidad de redimir su ego, de codearse con la gloria. "Es una revancha grande, porque River me cerró la puerta y acá pude ser campeón", se desahogó el blondo, al que el Ciclón le compró el 36% del pase (el resto es de un grupo empresario).
Después, sí, con su aparición feliz en el amanecer del segundo tiempo, primero para conectar un centro sabroso de Ferreyra, después para ejecutar un penal a Lavezzi (la jugada se había iniciado en una bola profunda suya a Rivero), el goleador del campeón se dedicó a celebrar. Peló la remera prefabricada para compartir su alegría con la familia y se soltó, sobre los hombros del mulo de turno en la vuelta olímpica. "Ramón fue importante para todo lo que estoy viviendo, se siente una alegría inmensa por este título", vertió sensaciones. Fue el gancho de un tridente de continuidad limitada por distintas circunstancias y los planteos que dependieron de los rivales. Pero así con la tríada mágica, de mediapunta junto con Silvera o Jiménez, o en yunta con el otro ligerito, brilló. Y fue clave, en su ingreso en la Bombonera, en su primera incursión de fuste; en la dopieta ante Banfield, en el zapatazo ante Central en Rosario, en el magnetismo ante Racing, en la tarde de la consagración. Pau y Lauti vieron la luz, con la epopeya consumada. Pero fueron testigos de la gratitud, de otro amor que no es furtivo, al contrario, se vio explícito, público. Y entendieron, supieron esperar. Cuando una puerta se cierra, otra se abre, dicen. Y fue Ramón, en el Bajo, quien ofició de conserje.
0 comentarios:
Publicar un comentario